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Mundos de antaño

Christophe de Beauvais

Chroniques Source gallica.bnf.fr / BnF
El distraído

Fue al final de la cena que Jacques tuvo ganas de dar un paseo. Satisfecho más allá de sus esperanzas, recordando el placer de la mesa, se vistió con su indolencia habitual; hay que decir que Jacques era increíblemente distraído.

Se puso un pijama, el pequeño sombrero de su esposa y, por una oscura razón, descolgó la cortina del salón para ponérsela sobre sus espaldas. El frío del invierno le había suscitado el deseo de ponerse una capa.

Ensimismado en sus pensamientos bajó la calle, totalmente insensible a las miradas de los pasantes, a las sonrisas de lado y a las lenguas desatadas. Él estaba simplemente contento. Y lo que había empezado como un paseo digestivo amenazaba a cada instante con transformarse en una gigantesca carcajada.

Majestuosamente ridículo, Jacques no veía nada, no sentía nada y parecía solo preocupado por la cortina que se le resbalaba y que él trataba de retener con sus antebrazos. Fue justamente en ese momento que el destino intervino, preocupado sin duda por respetar la equidad entre el distraído y la burla de los hombres.

Un golpe de viento movió la cortina y la hizo levitar en la espalda de Jacques. La impresión era extraña, flotaba majestuosa, era únicamente visible a los ojos de los que tenían la burla en la boca.

Afectados por ese signo explícito y probablemente avergonzados de sus pensamientos, los habitantes del pueblo se persignaron. No es bueno burlarse de lo que nos escapa. Algunos, menos numerosos, comenzaron a arrodillarse en signo de apaciguamiento.

Jacques seguía sin ver nada. Todavía incomodado por la cortina intentaba retomarla con una mano preguntándose si no se había equivocado.

La próxima vez, es seguro, tomaría el mantel de la cocina que sería un chal muy conveniente.

Christophe de Beauvais, Crónicas minúsculas, Mundos de antaño. El distraído
[Rabat, 2016]
Traducción al castellano de Mariella Villasante Cervello con la colaboración de Guillermo Nelson Peinado

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