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Mundos de antaño

Christophe de Beauvais

Chroniques Source gallica.bnf.fr / BnF
Un defecto

Se cree, y es normal, que la apariencia concierne solamente a los humanos. Uno se lamenta del físico de algunas personas, nos aburrimos delante del espejo ante nuestros granitos de acné, nos burlamos de la gran nariz de un colega, o nos quedamos pasmados delante un modelo de Chanel.

Pero esos encuentros casuales y totalmente accidentales no lo son más cuando cambiamos el punto de vista, es decir cuando nos ponemos en el lugar de aquel que, por su diferencia, es objeto de nuestras burlas. De ese lado del espejo la repetición es la regla. Una repetición cuyos golpes renovados son pequeñas perforaciones que debilitan los cimientos.

¿Cómo no sentirse atrapado por esta lógica de la gota de agua? Al comienzo, cuando golpea a nuestra puerta, es insignificante, pero se vuelve dolorosa después y tiende, inexorablemente, hacia una forma de tortura bien conocida de los chinos.

“¡Mira mamá que feo es ese señor!”

La fealdad en ella misma no es nada, es su repetición la que es burlesca.

La desaparición progresiva del pájaro llamado ombreta africana siguió el curso de su desgracia física. Su cabeza desproporcionada y en forma de martillo, su porte que era todo menos altivo y que la hacía torpe y, en fin, una especie de imbecilidad en la mirada que lo hacía totalmente insensible a su deformidad, todo ello hacía de la ombreta un pájaro sujeto al sarcasmo y, por lo tanto, a la extinción.

Se mató a la ombreta con una ligereza razonable, como para suscribir una acción de salubridad. Un poco como cuando se cortan las ortigas, o cuando se aniquilan los mosquitos, sin odio especial, pero con una constancia casi ecológica.

Al principio, la ombreta no se recuperó.

Pero hay que pensar que la naturaleza hace bien las cosas y, sobre todo, que inventa protecciones ahí donde solo vemos debilidades. La intrigante fealdad de la ombreta era también su fuerza.

Algunos afirmaron que su físico sin gracia no podía ser fortuito, que designios obscuros habían empujado a su creación, que algo desconocido se escondía en su forma, que las potencias tenían un objetivo fabricando este pájaro.

Algunos accidentes fueron vistos aquí y allá donde se informó de la presencia de la ombreta y algunos cazadores murieron después de haber pisado sus huevos. Se cuenta también que una batalla famosa cambio de curso después del pasaje, en vuelo bajo, de tres ombretas negras. No se necesitó más para que los viejitos asientieran sabiamente con la cabeza, para que las madres prohíban la caza del pájaro a sus niños, y para que los guerreros retorcidos se persignen al paso del volátil.

La scopus umbretta no se dió cuenta quizá de la importancia del cambio en la percepción de la gente, pero de seguro apreció las consecuencias. Se retomó el gusto por los encuentros familiares, las noches danzantes, los nacimientos y los cumpleaños. En una palabra, la ombreta salió con orgullo de la zona roja de la extinción para extenderse en las verdes praderas de la opulencia.

Algunos viejitos la siguen llamando “el pájaro del diablo”.

No dudo ni un instante que el diablo beba sin amargura ese vasito de ironía.

Christophe de Beauvais, Crónicas minúsculas, Mundos de antaño. Un defecto
[Rabat, 2016]
Traducción al castellano de Mariella Villasante Cervello con la colaboración de Guillermo Nelson Peinado

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