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Mundos de antaño

Christophe de Beauvais

Chroniques Source gallica.bnf.fr / BnF
Deseo

No es que su obra fuera bella, sino más bien que estimulaba sus celos. Ese sentimiento extraño había comenzado cuando esculpió las manos. Manos poderosas y amantes, fuertes y protectoras, más que manos amorosas, manos cuyo apretón era como un profundo juramento.

Él sintió que la obra sería suya más allá de sus esperanzas, que esas carnes de piedra se encarnarían en él, y que no habría –por decirlo así– ninguna discontinuidad entre esta materia y sus propias profundidades.

Esta especie de prolongación clásica entre el artista y su obra tomó en su caso la forma de una fusión. Cuanto más avanzaba su trabajo, él se hundía más. Arrastrado por la materia, se volvió enlace, mezcla de cuerpos, deseo y sensualidad. Fue solo cuando la obra estuvo terminada que vió el problema.

El nacimiento marcaba la ruptura, se habían cortado los lazos, la gigantesca red de sus afectos yacía desarticulada al borde de su consciencia. Se sentía solo y con temor.

Los celos se impusieron cuando descubrió que su obra, no contenta con escapársele, se parecía a su propia pasión. Sintió que las manos se hacían más nerviosas, que la espalda respondía con emociones, que las frentes se hundían dulcemente la una en la otra, que una suerte de vida había tomado posesión de los cuerpos.

Esta existencia fuera de su existencia era como un insulto. Él, padre de todas las cosas en su taller, no podía aceptar esta competición. Ya no era ni la envidia ni la concupiscencia sino los fundamentos del mundo que esa pareja buscaba socavar.

Maldijo sus marionetas, maldijo sus existencias que dependían solo de él, y maldijo su deseo de piedra. Y con gran cólera agarró un gran martillo.

Al instante de golpear hubo como un silencio, como una pausa en el tiempo. Creyó adivinar un estremecimiento de tensión en esos grandes cuerpos que se preparaban para el golpe. Y cuando el martillo estaba levantado, listo para caer, recibió un choque.

Una voz oscura y potente hizo estallar de un golpe el espejo de su locura.

“¡NO TODAVIA!”

Fue cuando soltó su mazo de hierro que se sintió perdido.

Christophe de Beauvais, Crónicas minúsculas, Mundos de antaño. Deseo
[Rabat, 2016]
Traducción al castellano de Mariella Villasante Cervello con la colaboración de Guillermo Nelson Peinado

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