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Mundos de antaño

Christophe de Beauvais

Chroniques Source gallica.bnf.fr / BnF
Una simbiosis pasajera

La gran recesión no había llegado todavía, pero para ahorrar se les había pedido a los policías que se ocupen también de la circulación.

Parados en los cruces de las calles, los policías utilizaban sus luces para hacer el tráfico más fluido, para parar a los imprudentes y para poner multas a todos aquellos que pasaban delante de ellos cuando el semáforo estaba en rojo.

Al comienzo todos los automovilistas se felicitaron por esta innovación, pararse delante de un aparato con luces chocaba el espíritu de nuestros conciudadanos. “¿Porqué obedecer el código de color de una máquina?” —se preguntaban algunos rebeldes. Pero la simbiosis del policía y el semáforo tricolor hizo callar las críticas.

Las cosas se estropearon al cabo de algunas semanas. Ciertos policías que no estaban de servicio comenzaron a jugar con sus semáforos por aquí y por allá. El primero que se puso en rojo tuvo la sorpresa de ver que ello hacía parar a algunos transeúntes. Pero como era un buen jugador decidió no poner multa a los que continuaban pasando.

Otro policía retomó la idea con más éxito. Logró que una multitud compacta se parara en una gran avenida comercial.

La noticia se propagó. Para el peatón, cruzar un policía era exponerse a retrasos e incluso a multas. Algunos, muy astutos, viraban cuando se acercaban a ellos, haciéndose los disimulados, intentando pasar por el costado.

No sirvió de nada, los policías se volvieron maestros en el arte del giro y se paraban de golpe al frente de los infractores: “¿No ha visto que he pasado al rojo?”. “Pero usted estaba naranja cuando me acerqué!”. “Cuando es naranja se debe parar, salvo en caso de peligro. ¡Deme sus documentos!”.

Esta tiranía de las luces de semáforo asqueaba a ciertos oficiales, los que decidieron ponerse en verde en modo permanente. Fueron ridiculizados por sus colegas.

La solución vino poco a poco de parte de los niños. Algunos muchachos ociosos descubrieron que seguir a un policía abría perspectivas lúdicas. El policía molesto que se ponía en rojo les daba alegría: se paraban de golpe como estatuas y luego continuaban retozando apenas pasaba al verde.

Ese juego tuvo cierto éxito más tarde en los patios de las escuelas.

Por el momento cada policía fue seguido de cerca por grupos de niños felices. Algunos padres de familia pobres eran incitados por las manitos tendidas de sus hijos: “Mira mamá, ¡un policía! ¿Puedo jugar con él? ¡Por favor mamá!”.

Finalmente, el prefecto de policía decidió que la broma había durado demasiado. Se les retiró a los policías sus arneses y se votó el presupuesto para instalar semáforos.

El episodio dejó pocas huellas, salvo en la memoria de los niños.

Sucede todavía que ciertos niños se pongan a seguir un policía, con la deliciosa angustia en el corazón del momento en que se dará la vuelta. Todo rojo o todo verde según los casos.

Christophe de Beauvais, Crónicas minúsculas, Mundos de antaño. Una simbiosis pasajera
[Rabat, 2016]
Traducción al castellano de Mariella Villasante Cervello con la colaboración de Guillermo Nelson Peinado

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