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Mundos de antaño

Christophe de Beauvais

Chroniques Source gallica.bnf.fr / BnF
Antes de la computadora

Mi tía amaba las cifras y hasta había desarrollado una pasión por los números enteros. Fue pues natural que se uniera al equipo del Instituto, cuya tarea iba a ser crucial en los años venideros.

La computadora no había nacido todavía, pero esos espíritus audaces habían decidido preparar su nacimiento. “¡No porque no exista una cosa, no habría que despreocuparse, es incluso todo lo contrario, nuestro deber es mostrar la vía!”. Esas palabras enérgicas del director habían resonado con orgullo en los oídos de mi tía.

Fue así que ella integró la vasta oficina de clasificaciones y de estado de las cosas. Se trataba, como el nombre lo deja entender, de seleccionar, de escoger, de repartir y de conservar. Los ingenuos creen que los números se ofrecen a nosotros, que habría en ese matrimonio un don desinteresado del cual seríamos los únicos beneficiarios. Se cree que 27 o 321 no tienen substancia interna, en una palabra, que el conteo de los granos de arena no tiene nada que enseñarnos.

Este error es común, y ellos lo combatían.

Mi tía atacó en primer lugar la disposición de los múltiplos de 2, hizo pilas y montones bien registrados en el casillero de la serie 1. Luego continuó confiada con los múltiplos de 3, que ella puso en la serie 2, y siguió el mismo principio con los múltiplos de 4 (serie 3); luego con los múltiplos de 5 (serie 4) y así sucesivamente.

Terminando su trabajo, tuvo un hipo que terminó por verbalizar, emocionada, a su jefe de sección: “¡Creo que acabamos de contar los números infinitos!”

Pasada la sorpresa del anuncio y las observaciones vagamente condescendientes: “Querida, ¡el infinito no se cuenta!”, se tuvo que aceptar la evidencia. Se abrieron los casilleros de las primeras series y se constató que mi tía había hecho bien su trabajo: Los números se estiraban graciosamente ordenados hasta el fondo de los compartimientos. Y se recomenzó la operación con otras series tomadas al azar.

En cada caso, las colecciones –siempre infinitas– se habían plegado al deseo de orden claro de mi tía. Por supuesto, se veían pulular al fondo de los cajones algunos números grandes, inquietos por este orden en cajas; se sentía su fuerza y su voluntad de escaparse, pero se quedaban ahí.

Finalmente, hubo una estampida de abrazos, de palmadas en el hombro y de sonrisas emocionadas. Mi tía se pavoneaba en medio del amaneramiento académico, contenta de haber logrado, modestamente, lo que el mundo juzgaba imposible.

En ese instante nadie pareció percibir el error del método. Si cada cajón estaba atrancado, nadie había pensado en bloquear la puerta de la serie. Cada colección estaba bien cerrada, pero el número de cajones tendía al infinito. Este orden de grandeza, incalculable, olía el error y el aire de libertad que se filtraba desde afuera.

Los primeros múltiplos del infinito se deslizaron fuera de la sala de archivos; ciertamente, el mundo era grande, pero ellos vieron de inmediato que era limitado. Tranquilizados como se puede estar al borde de un nuevo continente, tomaron la decisión de colonizarlo. Los números inundaron el mundo. Mi tía no supo nunca que al seleccionarlos les había abierto también la puerta de salida…

Christophe de Beauvais, Crónicas minúsculas, Mundos de antaño. Antes de la computadora
[Rabat, 2016]
Traducción al castellano de Mariella Villasante Cervello con la colaboración de Guillermo Nelson Peinado

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