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La construcción de la memoria en México, siglos XVI-XXI
Pérez Taylor, Rafael y Miguel Ángel Segundo Guzmán, (eds)
México, 2021


La historia de México ha estado conformada por diversas épocas de construcción e instauración de la memoria, la cual puede concebirse como un sistema que preserva los acontecimientos remotos y más cercanos pero que, a la vez, los circunscribe en la inmediatez de la actividad cotidiana. Según Rafael Pérez Taylor “la memoria es un dispositivo que sirve para saber que el pasado ha existido y mantiene vigente el sentido por una organización que manifiesta la vida en común, lo que significa que todo pasado –y en este punto evoca a Aristóteles- es producto de acontecimientos que en el presente adquieren algún tipo de vigencia en cuanto a lo sucedido” (p. 219).

Los momentos significativos de México se remontan a la etapa fundacional recreada durante los tres siglos novohispanos, en parte, por algunos cronistas indios quienes rememoraron su pasado ancestral, pero a través del tamiz occidental y cristiano instaurado por los europeos. Durante la Independencia, la construcción de la memoria se circunscribió a la necesidad de implantar una entidad nacional en la cual la tradición indígena y sus propios protagonistas quedaron incorporados al proyecto unificador de nación al que se aspiraba. Posteriormente, aparecieron estudios etnográficos de caso en los que su memoria, esa herramienta dialógica que justifica su tradición, identidad y pervivencia, quedó fragmentada e impidió un justo acercamiento a su esencia y pasado.

El libro colectivo La construcción de la memoria en México, siglos XVI al XXI, según lo explican Rafael Pérez Taylor y Miguel Ángel Segundo Guzmán, sus editores:

…abre la discusión para pensar los sistemas de comprensión compleja de esos pasados plausibles, para tener como objetivo primordial ir más allá del colonialismo intelectual y pasar a procesos deconstructivos, que ubiquen discursos y prácticas que conlleven posicionamientos críticos de los grupos y textos estudiados. También se busca establecer en el discurso y sus narrativas los préstamos ideológicos impuestos por el imperio, para denotar y hacer presente el lugar de la textualidad indígena en un pensamiento descolonizado” (p.12).

El volumen está compuesto por una puntual introducción a cargo de sus editores en donde se explica el fenómeno de la diversa construcción sobre el pasado y la naturaleza de la memoria. Después de la presentación preliminar, se suceden once capítulos, que abonan en diversa medida a la comprensión del concepto rector del libro. El primero de ellos condena lo que al juicio de su autor, Guy Rozat, ha refrendado la denigración de los indios, debido a una interpretación eurocentrista y racista de su pasado; se centra en la publicación de la Visión de los vencidos de Miguel León-Portilla que, a su juicio, reproduce la ideología del Estado. Esta obra reeditada con añadidos en infinidad de ocasiones, según el autor del capítulo, está conformada por la compilación de una serie de textos de diverso género proporcionados por historiadores mestizos, alejados de los acontecimientos que narran y carentes de una sólida discusión previa por parte del antologador, aunque admite que dichos testimonios habían sido apenas considerados. Quizá habría que recordar que algunos de estos testimonios fueron escritos en lengua mexicana por los propios indios siete años después de la Conquista –olvidarlo sería desposeerlos de su memoria inmediata e incluso de su papel como testigos directos– y que la función de la antología realizada por León-Portilla consistió en poner al alcance del gran público dichos testimonios a través de la traducción realizada por Ángel María Garibay y por él mismo. Guy Rozat propone a los actuales jóvenes repensar la historia de México en forma independiente de lo que considera una retórica nacionalista caciquil.

Genevieve Galán Taméz, por su parte, analiza el concepto de “memoria” que ha venido imponiéndose sobre la historia e historiografía y los problemas que devienen de su definición, así como las coyunturas que han propiciado su resuelta inserción en los estudios actuales. Sustentado en una amplia bibliografía, en este capítulo se privilegian los planteamientos de François Hartog quien cuestiona la preeminencia tradicional del orden del tiempo en favor de una nueva propuesta “presentista”, pues la memoria mira el pasado a la luz del presente, concepto que retoman igualmente otros autores del libro que aquí comentamos. La memoria proyecta una proximidad que consideramos ausente en el discurso histórico. Galán Taméz apuntala el problema teórico que representa la relación entre historia y memoria, denominaciones que se han venido utilizando en forma intercambiable, con el objeto de lograr un discurso más émpatico y cercano con el pasado. En esta propuesta, ni las memorias ni las historias aparecen ya para ciertos estudiosos como representaciones absolutamente objetivas. Asimismo, en la revisión de dichos conceptos, se requiere, una mirada interpretativa sobre el oficio del historiador, pero también sobre la evolución registrada en su escritura, porque, en palabras de la autora, “tal vez para la ‘memoria’, la historia como disciplina y escritura, permita ser esa voz crítica” (p.47 ).

Fernanda Núñez examina en el capítulo “La domesticación de las mujeres a través de la retórica de género de Sahagún” algunos contenidos incorporados en el Libro Sexto de la Historia General de las cosas de Nueva España, los cuales equipara con el mundo católico propio del siglo XVI en el que vivió el franciscano, al desarrollar el tema de las mujeres públicas calificadas como malas frente a las decentes que honraban a su género por su recato y diligencia en las diversas labores destinadas a ellas. En el capítulo de Núñez, que aborda igualmente la tolerancia hacia las prácticas homosexuales en algunos lugares e incorpora información interesante al respecto, se echa en falta, sin embargo, la comparación con la versión en lengua mexicana de la propia Historia general procedente de sus informantes indígenas y acopiada décadas antes a la efectuada en español por el fraile. Lo anterior abonaría a sus propósitos de lograr un acercamiento histórico-antropológico respecto a lo roles de hombres y mujeres, manifestados lingüística y retóricamente de manera diferente a la occidental.

Marialba Pastor, en el cuarto capítulo de este volumen expone, en forma clara y puntual, las circunstancias que particularizaron la invasión y conquista española en el territorio americano y concretamente en México, como modos de coerción y dominación por parte de los europeos. Destaca entre ellas la congregación de nuevos pueblos indígenas a cargo de autoridades civiles y religiosas después de la devastación de los habitantes nativos por los cantagios y enfermedades, así como la persuasión de los misioneros de diversas órdenes para abrazar el nuevo credo cristiano. En este sentido, los relatos compuestos por frailes, como Durán, Las Casas, Sahagún y Torquemada constituyeron, los prolegómenos de la historia oficial que proporcionaron, según la autora, importantes servicios a la oligarquía criolla, pues prepararon el surgimiento de las instituciones hispano-católicas y propiciaron la fundación de la familia patriarcal asignando roles específicos de la estructura cristiana.

El quinto capítulo del volumen se inscribe, como el previo, en el ámbito de la evangelización, la cual fue destructiva según el autor y coeditor del libro Miguel Ángel Segundo Guzmán: sus propósitos se centraron en derribar las formas anteriores de la existencia indígena. Concibe el método de encuesta utilizado por fray Bernardino de Sahagún para el acopio de información como una estrategia para hacer “re-surgir el pasado y de esta forma instituir nuevas memorias” (p.94). El autor, quien sin duda ofrece un interesante repaso sobre el concepto de memoria y sus diversas clases así como sus implicaciones bioculturales, retoma el trabajo de Robert Jaulin para explicar el proceso des-civilizatorio mediante el cual la sociedad dominada se desmoronó ante la sociedad conquistadora quien propició la destrucción étnica. Esta propuesta permite explicar no sólo lo ocurrido en México, sino también en la historia de otras evangelizaciones frente al relato instituido por el cristianismo. Segundo Guzmán ejemplifica sus planteamientos teóricos con la parte castellana del Códice Florentino, Historia General de las cosas de Nueva España de Sahagún quien, desde su visión religiosa, proporcionó una traducción libre y parafrástica de lo que los indios le habían allegado en náhuatl pocos años después de los hechos de conquista. Algunos de sus informantes tenían una memoria a corto plazo la cual permite posicionarse en el mundo y es parte del reconocimiento de estar vivo, como lo declara el autor del capítulo, y se expresaron –hay que enfatizarlo– en su propia lengua, a la que Sahagún concedió primerísimo lugar en su sistemático trabajo de acopio. Recordemos que las lenguas vulgares –entre las que estuvieron el español, el francés y las mesoamericanas– apenas comenzaban a ser codificadas a finales del siglo XV y que fray Bernardino de Sahagún, en este contexto, no sólo dio voz al otro sino que otorgó un papel relevante a un proceso lingüístico que comenzaba a gestarse. Por otra parte, además de los ejemplos proporcionados –extraídos de la Historia general y que resultan ilustrativos para sostener algunos de sus postulados– existen numerosos pasajes de la muy amplia obra constituida por doce libros con paratextos esclarecedores, que permitirían aquilitar y matizar los esfuerzos hermenéuticos y las valoraciones del franciscano sobre los distintos componentes del universo mexica.

Raúl Enríquez Valencia, después de ofrecer una muy clara aproximación acerca de de los conceptos ‘memoria’ y ‘recuerdos’, caracterizados estos últimos como elementos estratégicos que articulan en el tiempo “los espacios de significación simbólica que mantiene el orden de lo cotidiano y permiten esa recursividad” (p.111), se aboca al análisis de un espacio geográfico específico. Se trata de dos manifestaciones culturales circunscritas a los Altos de Morelos: el Carnaval de los Chinelos, que surge y se desarrolla como parte de la oralidad en el marco de la festividad de los trabajadores de las haciendas y los campesinos, como forma de resistencia ante la explotación y el despojo; y el Ritual del Reto al Tepotzteco, que recrea el pasado comunitario centrado en la figura caciquil. La primera representación del Carnaval se efectuó en 1867 en el municipio de Tlayacapan con la participación de trabajadores procedentes de las haciendas azucareras quienes disfrazaban su voz con el fin de no ser reconocidos y poder burlarse así libremente de las autoridades políticas y religiosas. En el periodo posrevolucionario se instauró la celebración del Carnaval en Tlayacapan y Tepoztlán la semana previa al miércoles de ceniza. Por otra parte, el Ritual del Reto al Tepozteco, originado en la tradición oral como el anterior, que se reproduce en forma escrita en 1905 gracias a Cecilio Robelo, es una representación teatral en lengua náhuatl, la cual recrea la conversión al cristianismo del señor de Tepoztlán por los dominicos hacia 1538. Se enaltece la labor del Tepoztecatl histórico en el proceso de persuación de los gobernantes de Tlayacapan y Cuernavaca, entre otras regiones próximas, para aceptar el nuevo credo. Es probable que debido a la inestabilidad social y política generada por la guerra civil del XIX, los intelectuales de la época hayan re-significado la cuarta vida del héroe mítico Tepoztecatl para, como advierte Gordon Brotherston, restablecer un equilibrio cultural a través del fundador de dicho altepetl y de las claves simbólicas vigentes aún a finales de la centuria decimonónica (p. 125). En la actualidad, concluye el autor del capítulo, los nombramientos de “Pueblos Mágicos” –conferidos a Tepozotlán y Tlayacapan en los años 2002 y 2011, respectivamente– han propiciado su explotación comercial y la aniquilación del sector campesino lo cual ha resultado contrario a la reinvención de ambas tradiciones.

En el séptimo capítulo, Marisol López Menéndez se aboca al análisis de los significados que han revestido el cuerpo del mártir jesuita Miguel Pro desde su cautiverio a hasta su transformación como reliquia. A partir de la ejecución ordenada por Plutarco Elías Calles en el año 1927, debido al celo del religioso por continuar predicando y administrando los sacramentos, se generó un proceso mnemónico respecto a las imágenes de su ajusticiamiento público. La difusión transnacional, a través de postales y estampas de su muerte, propició la condena y sobre todo la impresión vívida del difícil momento por el que atravesaban los hombres de la Iglesia en el contexto de la Guerra Cristera. Asimismo cobraron relieve las expresiones de duelo que se llegaron a tornar en movilizaciones colectivas en contra del gobierno de Calles, y, por último, las translaciones de sus restos (registradas a lo largo de la historia como un intento de evitar que las reliquias cayeran en manos de los infieles) que se destinaron a diferentes moradas: el cementerio de Dolores, la capilla de la Inmaculada y el altar principal del templo de la Sagrada Familia. Sobre este último aspecto la autora ofrece al final del capítulo una interesante referencia histórica acerca del significado de los huesos como reliquias en la tradición occidental y concluye que, en la actualidad, el derecho canónico únicamente admite “las porciones reales del cuerpo del santo” como reliquias, aunque también sus ropas y otros objetos personales que hayan estado en contacto con su cuerpo.

“La memoria chicana en el siglo XX” es el capítulo que desarrolla Axel Ramírez, destacado especialista en el tema, quien inicia con una caracterización sobre los pachucos, individuos que debido al rechazo sufrido por la sociedad anglosajona, principalmente en el Este de los Ángeles, conformaron su propio universo de la manera más autosuficiente posible. Portadores de un especial estilo de vestir, rebeldes contra una constante discriminación, los pachucos fueron los precursores del movimiento chicano que adquiere un punto de inflexión durante la turbulenta década de los años sesenta del pasado siglo, y que se manifestó con las numerosas protestas ante la desigualdad en las condiciones laborales. La represión de las autoridades ante el movimiento de los jornaleros y las luchas encabezadas por César Chávez y Reyes López Tijerina propiciaron una reacción en la nueva juventud chicana que conllevó a la fundación de clubes e incluso de organizaciones extremistas. En los años ochenta, el nacionalismo chicano propició el surgimiento de barrios en gran parte de Estados Unidos, y Richard Nixon desplegó una estrategia latina que propició la inclusión de los habitantes mexicano-estadounidenses en posiciones políticas de su administración, a través de lo que se denominó la Brown Maffia. A partir de entonces, también las mujeres formaron un amplio frente activista tendiente a lograr mejoras para la comunidad chicana, aunque, concluye Axel Ramírez, “Lamentablemente se les canalizó en el ambicioso proyecto de la ‘Década de las Hispanas’, que prometió la intensificación de los métodos de control social, por medio de mecanismos histórico-culturales, que obligaron a chicanos y chicanas a festejar, en 1992, el V Centenario del Encuentro de Dos Mundos” (p. 165).

Anne Warren Johnson presenta una reflexión historiográfica sobre las características del concepto rector del libro, antes de abordar el análisis de caso en el Norte de Guerrero. Considera que historia y memoria se entremezclan y que esta última se ha convertido en uno de los temás preferidos de los historiógrafos debido, en parte, a la atención de la construcción social de la realidad y a las representaciones del pasado vinculadas con el ejercicio del poder. La autora define, con claridad, las cinco diferentes clases de memoria o “cánones” en el México actual desde las cuales es posible pensar el pasado compartido: la sagrada, condensada en el mito; la académica, más alineada a los acontecimientos y hechos reales; la nacional, producida por educadores vinculados con funcionarios estatales; la memoria a nivel municipal, que consolida a una comunidad local o regional; y, finalmente, la denominada “popular”, cuyos consumidores son los propios actores. En las últimas páginas, se aboca a las fiestas patrias de Teloloapan, región ubicada en el norte de Guerrero, en el marco de lo que ella titula 'memorias patrias alternativas´, organizadas por los mayordomos y cuya recreación se lleva a cabo en distintos lugares del pueblo y sus alrededores. En estas representaciones conmemorativas, los personajes que encarnan a los insurgentes están acompañados por apaches y mecos: los primeros constituyen un icono de la indomabilidad del espíritu indígena, y los segundos evocan a los campesinos locales que apoyaron al cura Hidalgo. Estos perfomances, puntualiza Warren Johnson, incluyen además un concurso de máscaras de diablo para espantar a los realistas y representan una conmemoración regional basada en la transmisión de la memoria que funciona, a la vez, como fuente de recuerdos futuros.

A partir de las reelaboraciones de pasados lejanos y recientes donde se coloca a la memoria con un poder performativo y discursivo mediante el cual se otorga voz a las víctimas, Miriam Hernández Reyna ofrece una interesente propuesta, sin reduccionismos, del tema que expone. La autora atiende a uno de los apartados del emblemático libro de Guillermo Bonfil Batalla, México profundo, donde “la idea del pasado indígena se llena de un nuevo sentido, bajo la premisa de una imperiosa necesidad por recuperar un pasado olvidado, no sólo para reconocer y sobrepasar el colonialismo, sino para poder proyectar un horizonte de porvenir” (p. 205). Esta obra, que llenará la memoria como una forma de resistencia junto con el advenimiento del Ejército Zapatista de Liberación a principios de 1994, constituye una continuidad milenaria de identidad vinculada a un pasado auténtico que “había sido eclipsado por agentes externos” (p.207). En tiempos recientes, se ha apostado por los programas de educación intercultural, que conciben a las lenguas originarias como manifestación viva de la memoria histórica; Sin embargo, según las investigaciones de Hernández Reyna, en la realidad la memoria colectiva e histórica se ve amenazada por el Estado y sus políticas económicas, así como por la incorporación de tecnologías que desarraigan a los miembros de su comunidad, además de que las lenguas indígenas, en muchos casos, se encuentran inermes frente al permanente embate del español. Actualmente, la memoria de los pueblos originarios es transformada desde la base de un pasado administrable por los nuevos etnoburócratas del régimen político de la interculturalidad, asegura la autora.

El capítulo que cierra el libro se debe al también coeditor del volumen, Rafael Pérez Taylor, quien sostiene que el entramado entre la memoria y la historia está supeditado al encuentro entre pasado y presente, pero también al de la oralidad y la escritura que garantiza la vigencia de las narraciones, las cuales se modifican por las necesidades del presente. Frente a un determinado acontecimiento los sujetos seleccionan, mediante una práctica mnemotécnica, aquello que debe ser recordado. Esta premisa es trasladada por el autor a su estudio particular en el desierto de Sonora, con familias y grupos que recuerdan el espacio simbólico y cultural que los cohesiona. Aunque Pérez Taylor se refiere a las operaciones del cerebro del individuo donde se almacén los actos vividos y no vividos, aclara a continuación que la memoria es siempre colectiva y que estamos atrapados en las significaciones culturales. El recuerdo, en los habitantes originarios de la zona a la que se enfoca, produce identidad. “El pasado se carga de nostalgia por un retorno al que no se puede llegar, no hay regreso, y el único vínculo es la narración de lo que ya no está”. (p. 231).

Enhorabuena por este nuevo libro publicado por la Universidad Iberoamericana y la Universidad Nacional Autónoma de México con fecha de 2021, que nos abre otras posibilidades para repensar los acontecimientos del pasado lejano y más reciente, y cuestionar los propósitos que han alentado los contenidos significativos de transmisión en función de diversos actores e instituciones.

 
La construcción de la memoria en México, siglos xvi-xxi
Editores
Rafael Pérez-Taylor
Miguel Ángel Segundo Guzmán

La historia de México se encuentra atravesada por diversos momentos de institución de memoria. Lugares sociales para pensar el pasado, momentos fundacionales en donde la relación entre la tradición y los proyectos de futuro se ponen a prueba, instituyendo como resultado experiencias de la temporalidad que se desbordan en horizontes de memoria. Este libro busca analizar, en la larga duración, esos momentos fundacionales de memoria en México desde la complejidad humana: comienza en el siglo XVI y el proyecto de las nuevas memorias indígenas en las crónicas americanas; avanza sobre las memorias de la sociedad novohispana; analiza los horizontes de la evocación que surgen con la Independencia; explora las memorias institucionalizadas por los saberes histórico-antropológicos; ausculta los proyectos estatales y sus mediaciones políticas con la memoria: desde el indigenismo hasta la multiculturalidad del siglo XXI. El libro reúne investigadores de varias instituciones, cuyo interés principal es pensar el papel de la memoria en la sociedad. El tema que guía este largo recorrido es la reflexión sobre la construcción del pasado indígena, tema capital en la agenda de pendientes de nuestra sociedad y que regresa contantemente, con otro rosto, para increparnos. Año 2021
Edición 1a.
ISBN 978-607-417-775-6

Universidad Iberoamericana
 
   
 
   
 
   
 
   
 
   
 
   
 
   
 
Pilar Máynez. Reseña: La construcción de la memoria en México, siglos XVI-XXI
[México, octubre de 2022]
   
 
   
 
   
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La construcción de la memoria en México, siglos xvi-xxi
Editores
Rafael Pérez-Taylor
Miguel Ángel Segundo Guzmán

La historia de México se encuentra atravesada por diversos momentos de institución de memoria. Lugares sociales para pensar el pasado, momentos fundacionales en donde la relación entre la tradición y los proyectos de futuro se ponen a prueba, instituyendo como resultado experiencias de la temporalidad que se desbordan en horizontes de memoria. Este libro busca analizar, en la larga duración, esos momentos fundacionales de memoria en México desde la complejidad humana: comienza en el siglo XVI y el proyecto de las nuevas memorias indígenas en las crónicas americanas; avanza sobre las memorias de la sociedad novohispana; analiza los horizontes de la evocación que surgen con la Independencia; explora las memorias institucionalizadas por los saberes histórico-antropológicos; ausculta los proyectos estatales y sus mediaciones políticas con la memoria: desde el indigenismo hasta la multiculturalidad del siglo XXI. El libro reúne investigadores de varias instituciones, cuyo interés principal es pensar el papel de la memoria en la sociedad. El tema que guía este largo recorrido es la reflexión sobre la construcción del pasado indígena, tema capital en la agenda de pendientes de nuestra sociedad y que regresa contantemente, con otro rosto, para increparnos. Año 2021
Edición 1a.
ISBN 978-607-417-775-6

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