La pérdida nos reúne a todos en un tenue
nosotros. Y si hemos perdido, se deduce entonces que algo tuvimos, que algo amamos y deseamos, que luchamos por encontrar las condiciones de nuestro deseo (…). Esto significa que en parte cada uno de nosotros se constituye políticamente en virtud de la vulnerabilidad social de nuestros cuerpos -como lugar de deseo y de vulnerabilidad física, como lugar público de afirmación y de exposición. La pérdida y la vulnerabilidad parecen ser la consecuencia de nuestros cuerpos socialmente constituidos, sujetos a otros, amenazados por la pérdida, expuestos a otros y susceptibles de violencia a causa de esta exposición (…). Acaso sea verdad, pero no creo que elaborar un duelo implique olvidar a alguien o que algo más venga a ocupar su lugar, como si debiéramos aspirar a una completa sustitución. Tal vez un duelo se elabora cuando se acepta que vamos a cambiar a causa de la pérdida sufrida, probablemente para siempre (…). Así, al perder algo, nos enfrentamos a lo enigmático: algo se oculta en la pérdida, algo se pierde en lo más recóndito de la pérdida (…) el duelo nos enseña la sujeción a la que nos somete nuestra relación con los otros en formas que no siempre podemos contar o explicar (…). Enfrentémoslo. Los otros nos desintegran. Y si no fuera así, algo nos falta.
Judith Butler. Vida precaria. El poder del duelo y la violencia
La conmoción que deja la lectura de un libro como Memoria de un corazón ausente. Historias de vida, casi no permite otra cosa que no sea dolor. Sin embargo, los testimonios nos exigen recomponernos: este libro es un homenaje a las mujeres que se quedan, apropiadas del hilo perenne que las conecta con el ser desaparecido: madres, hijas, esposas, hermanas.
Jorge Verástegui encuentra un ángulo singular para abordar la recopilación de las doce historias que ellas están dispuestas a contar: conocer, en sus voces, lo que se guarda de la memoria del desaparecido, siempre con la esperanza de que regresará, sin renunciar jamás a la búsqueda de vida.
A través de las cartas autógrafas, leemos a estas mujeres en sus deseos, en su esperanza, en la vida que sigue. Sentimos como el martillo del tiempo –el nuevo medidor de la vida– golpea todos los instantes desde que esa persona querida ya no está.
El «tenue nosotros» de que habla Judith Butler nos incluye a todos cada vez que una persona es desaparecida con violencia. Hay que levantar la mirada hacia esa realidad y que el nosotros se vuelva denso en el reclamo de los cuerpos vivos de todos los desaparecidos.