Menu General
Hacia la luz
Hacia la luz

Ilustración: José Gonzáles Veites (Fragmento)

 

 
 

 

 
 

El día se abre y el trayecto transcurre en una escala de grises.

De pronto el gris se rompe y aparecen colores de varios tamaños, apiñados, agregándose unos junto a otros como un remolino que se concentra, esperando. Son mujeres y niños. Es sorprendente el contraste entre sus cuerpos y la malla gris que todo lo envuelve, que todo lo contiene y que, sin embargo, parece ingrávida en torno a ellos. Es su malla, ellos viven ahí. Van y vienen esperando frente a una destartalada puerta de lámina que alguna vez fue blanca, ahora mimetizada con el resto, en un tono más de gris.

 

Pepe_01

 

Es su puerta, la puerta de su escuela.

La puerta se abre y las pequeñas figuras abrigadas con toda clase de artefactos para la cabeza, entran. Hace un frío inesperado. Se mueven ágilmente, se despiden, escuchan las últimas recomendaciones de las mujeres que los acompañan. Antes de perderse ligeros entre los recovecos y pasillos del edificio, reciben la bendición imprescindible para que todo fluya y transcurra con naturalidad. Ambos, así como el resto de la comunidad tenga o no familiares en esa escuela, saben que ahí están seguros, su fe los sostiene con una naturalidad que puede resultar extraña para el ojo extranjero.

¿Cómo voy a permanecer aquí todo el día?, ¿cómo voy a moverme dentro de esta gris presencia que todo lo penetra y lo habita? El inicio es difícil. Me han contado demasiadas historias terribles sobre este lugar. Es cierto que nunca había visto nada igual.  

—No vaya a salir sola— me dice el chofer. ¿Cuántas veces habré escuchado en los últimos tiempos esa advertencia, que martilla mis tímpanos una y otra vez y le da cuerda a mi ansiedad?

Quizás sea como El color que allende del espacio. Quizás esta malla flexible y envolvente me trague como a todos y a todo lo demás. Esta urdimbre es casi transparente en algunos lugares y, en otros, pesada, como la boca de un hoyo sin contornos ni lugar o tamaño precisos. Una vez dentro me doy cuenta de que no nos tapa, no nos asfixia, simplemente nos rodea. Parece transmutarse en un reflejo o -quizás- un halo. Una especie de tejido que nos une y que también permite a los extranjeros colarse por sus tramos, inadvertidamente tocados por el gris. ¿Será siempre así y a todas horas? Esa pregunta habría de respondérmela más tarde, esa noche.

Sin esperarlo ni calcularlo me acostumbré a esa grisura y ella a mí. Las expectativas y el cálculo de las presencias efímeras, como la mía, le son del todo irrelevantes. Inadvertidamente dejé de sentir su densidad, la forma en que fluye de un lugar a otro, transparente, liviana. En eso, una maestra la trajo de nuevo a mi mente. Habló del exterior como algo hostil sin quejarse ni señalar culpables, simplemente estableció que, en efecto, había un adentro y un afuera. Un afuera cada vez más duro e inhabitable, casi imposible de resistir. Ella, los niños, las mujeres arremolinadas en la puerta y todas sus criaturas deben salir de ese gris tan suyo, para eso van a la escuela que, al mismo tiempo, es depositaria de su fe.

Si todos deben enfrentar el exterior, ¿quiénes se quedarán y mantendrán esta fluidez, este tejido que no los aísla, los arropa? ¿Será parte de su organicidad el incansable ajetreo de los niños? Ellos permanecen una gran parte del día en este edificio gris, al que vienen a buscarlos las mujeres que se arremolinan de nuevo en la puerta para volverse a perder en dirección contraria. Se dispersan y se incorporan tranquilamente al vaivén que se desliza constante y cambiante. Siempre gris.

No sé si quiero descubrir la naturaleza de esta presencia. Hay algo en ella que la hace intimidante, inquietante, algo en sus pulsaciones que me pareció amenazante. “Es natural”, me digo: no soy de ahí, no le pertenezco ni me pertenece, solo me dejó entrar por unas horas que se iluminaron de distintas formas, conforme el sol se adivinaba en algún lado, dando vida a las infinitas tonalidades de gris.

Cuando la noche se presenta como otro tono en la escala, todo se ilumina y vibra con una actividad frenética. No lo sé, pero al tiempo que la noche avanzaba, la densidad también se espesaba, formando una corporalidad con todos los que circulaban como ríos por sus venas. No me quedé a ver, pero me dijeron que hacia la madrugada suele haber mucho más gente en esas calles, que parecen más vasos capilares que caminos.

 

Pepe_02

 

La sensación al dejar sus fronteras es inconfundible. Pensé: ya estoy afuera. Y a manera de despedida volteé a mirar el gris oscurísimo que dejaba atrás. Una palabra me golpeó: capullo, ¡es un capullo! Por eso su omnipresencia es física y define un adentro y un afuera. Un tejido vivo y palpitante con y en cada uno de sus habitantes. Sus padres, sus abuelos y quién sabe cuántas generaciones antes que ellos, lo construyeron para salvaguardar el sueño de quienes regresan después de pasar todo el día afuera. Es la hostilidad de afuera lo que consolida sus paredes, lo que delimita las rutas pacientes de cada uno, para arroparlos resistiendo cualquier cosa que venga del exterior o que esté por venir, incluso si es algo que ellos mismos portan, que filtran. Ese gris obstinado acabará por incorporarlo. Supongo que de ahí las numerosas historias que circulan sobre lo que le puede pasar a cualquiera que transgreda quién sabe qué límites, sus preceptos o que simplemente no salga a tiempo. Por un instante me pregunto qué podría pasarme si vuelvo y, de alguna forma, altero a alguno de sus habitantes. Su sistema inmunológico tiene fama de despiadado. Hay quien nunca vuelve, me dicen.

Por eso se quedan aquí. No hay ningún lugar que se parezca a este increíble capullo que late y crece con ellos. Pero entonces ¿para qué salir?, ¿por qué desde jóvenes se ven compelidos por no sé qué fuerza a salir todos los días? Generación tras generación.

 

Pepe_03

 

Quizás es así porque es un capullo, no una colmena, y todos deben viajar hacia la luz, esa luz que a veces se cuela en el gris y encandila la mirada. Como las mariposas nocturnas o las palomillas que tienen que acercarse a ella tanto como les sea posible. Es una luz que se hace pasar por el sol y resulta una humilde bombilla, falsa y fatal. Acercarse a la luz, aunque eso signifique quemarse. ¿Qué mar se perfila en su horizonte, quizás de un azul acero muy familiar, que los hace salir hacia un destino inevitable?

   
 
   
 
   
 
Verónica Vázquez-Cangas, Hacia la luz
[Ciudad Netzahualcóyotl, Estado de México, diciembre 2015]
Ilustraciones: José Gonzáles Veites. Série L'image comme danse.
 
Este texto forma parte del proyecto final
de Verónica Vázquez-Cangas para obtener
el grado de maestría en 17, Instituto de Estudios Críticos.

 
   
 
   
Haut de page