Las letras se deslizaban por la pantalla, todo transcurría, previsible, apacible. No importa lo que decían, probablemente no decían nada, como muchos otros días. Solo era eso que se comparte con una imagen en el espejo negro: sin olor, sin textura, sin cuerpo.
De pronto un ruido hecho de muchos ruidos, furiosos, imponentes, inapelables. Todos gritan, bullen, escalan, se desbocan, aplastan, a la vez que el mundo empieza a caerse. El ruido toma cuerpo y avasalla en presente.
Vous oublierez
Vous oublierez
El ruido soberano, el ruido omnipresente, omnipotente, que todo lo sacude. Nadie ni nada puede sustraerse a ese ruido que se enseñorea, que devora musculoso cada objeto/certeza, cada asidero/muro, puerta y ventana, que vertiginoso envuelve y machaca sin piedad, ebrio de volumen, insoportable.
Que c’est vous, vous l’oublierez
Tal como llegó, se va, se detiene. ¿Por qué? Porque quiere, porque puede. La memoria busca para evitar la pérdida total: ¡Que ya pare por favor!!!!
Una vocecilla regresa a mi memoria. Una vocecilla insignificante, inaudible, efímera y atravesada por el espanto. Un susurro que no se atreve a llamar la atención para no atraer más pavor: ¡Que ya pare por favor!!! Es mi propia voz, reconozco al fin. Se rompió un poco más.
Que c’est vous, vous l’oublierez
Je crois qu’il est possible d’y arriver.
Los segundos eternos. Si La luz es tiempo que se piensa, como diría Octavio Paz, entonces ¿qué es este ruido de la tierra convulsionando?, ¿cómo llamarlo?, ¿sismo, terremoto, seísmo? No alcanza, eso no lo nombra. Porque el tiempo rompe los segundos como las paredes; el movimiento zarandea la vida como destroza las ventanas y arranca las puertas; el ruido junto con un callado y modesto temblor, se asienta en la médula, en cada uno de los huesos, como el mapa mudado en polvo. Ese ruido socarrón, acechante, que no da tregua ni al fluir de la sangre. Dormir nunca será igual.
Vous regarderez ce que vous voyez.
Sí pasó. ¿Dónde están los gatos, dónde mi marido, dónde mis hijos?
Es una sentencia:
Vous regarderez ce que vous voyez.
Salgo a la calle. Otros despavoridos, desenfocados, tomados por pausas que pasan casi inadvertidas parecen pensar ¿cómo continuar?, ¿dónde me quedé?, igual que yo. Todo es confusión. Todos intentamos no mirar lo que vimos. Mirarnos como éramos.
La suerte, Týkhē dio su fallo. Todo que explicar/ nada lo explica.
¿Es un déjà vu? Sí y no. El ruido ríe desde el pasado inmediato y el de hace 32 años: “Voy y vengo cuando quiero”, parece susurrar a mi lado. No se ha ido, no se irá jamás.
Le temps, le silence, le bruit. Il n’existe rien comme passé, présent et future. Je le bouleverse tout. Mon nom ? Vous êtes tous trop jeunes pour le savoir.
¡A correr!, ¿por qué ?, no lo sé. Sólo sé que hay que correr, que hay que buscar entre las nubes de polvo, entre los rostros desdibujados. ¿Dónde están mis amigas? Me pierdo en el camino. No sé dónde estoy, ¿cómo es posible? Son mis calles, es mi barrio. Vivo aquí desde hace casi 30 años. El ruido ríe desde el pasado inmediato. Mi amor me toma de la mano, ¡es por aquí! Me dejo llevar, no reconozco lo que me rodea, ¿por qué nada parece estar en su lugar?
Ella está sola frente a su casa. No puede volver. Se abisma al interior de sus aterrados ojos azules. No me había dado cuenta del abismo azul. La busco en los pliegues de su silencio. Parece haber permanecido adentro. El ruido, como un hechizo, la atrapó: desearía haberse quedado adentro. ¿Algún día regresará?
Sa/votre mort perdue dans une mort régnante et sans nom.
La búsqueda continua. La primera noche se inunda de silencio, ¿es donde anida la alarma? Las grietas en los muros empiezan a dejarse ver. Su apertura cierra cualquier boca. Mi hogar está herido. Las grietas se replican en mis entrañas, en el timbre de mi voz.
Chez moi, je suis blessée.
Los siguientes días no hay más que deambular, acarrear, sumarse a los otros que han venido de todas partes. Babel. De pronto no sé qué lenguas mezcladas escucho. ¡Claro! Los humanos parloteamos. Hoy las palabras se toman de las manos, aunque no vengan del mismo lugar, empujan y animan, levantan, buscan infatigables, rebeldes, ávidas de otras palabras que permanecen murmurando entre los escombros. Una mano se levanta. Ese gesto imperativo y solitario me vuelve a cimbrar. No puedo contener las lágrimas ante el silencio total de los neobabilonios que ahí nos congregamos sólo para intentar escuchar una voz, un hilo de voz, ¿o son más?
Vous essaierez de regarder jusqu’à l’extinction de votre regard, jusqu’à son propre aveuglement et à travers celui-ci vous devrez essayer encore de regarder. Jusqu’à la fin.
En las noches, mujeres. Ofrecen café para no desmayar, chocolate caliente para el frío que hace temblar -fingimos que es el frío. Tortas, pizzas; las calles rezuman de lugares donde descansar; de personas ansiosas de alimentar la resistencia frente a la señora que ha tomado las calles: la muerte.
No somos mucho, pero somos muchos. Sólo somos humanos, pero juntos la desafiamos: esa es nuestra firma. Por eso hay que correr sin detenerse siquiera a consolar a quienes lloran en las banquetas desaparecidas, frente a los escombros huérfanos, junto a las ambulancias viudas. El silencio es su única esperanza y todos lo sabemos. Aunque desde entonces patrullas, ambulancias, helicópteros y camiones de bomberos no cesan de aullar.
Marejadas van y vienen. Los jóvenes son los que más se ven. Su imagen anida orgullosa para siempre en la comisura de mis ojos. Mis hijos empolvados, con cascos, guantes, junto a los hijos de otros. Nadie les dijo qué hacer, sólo lo hicieron. Y a veces, se quedan muy silenciosos, como yo hace 32 años.
Et puis le jour est revenu comme d’habitude, en larmes, et prêt pour la comédie.
De la muchedumbre se desprenden, desde el primer día, hijos de constructores, herederos del oficio de erigir hasta el absurdo. Entran y salen de mi casa. La miran minuciosos, cautos. Con sus instrumentos de escritura, anotan doctos y serios mientras tiemblo esperando su veredicto: es seguro, no sufrió daño estructural. Luego siguen las variadas explicaciones sobre ondas, placas, tipos de suelo, columnas, inclinaciones, colindancias, lozas y yo me pierdo en el sonido buscando en mi memoria la mano en alto. Esa mano que tiene el poder de convocar al silencio. El silencio que me permite escuchar. Seguir escuchando.
Ne bougez pas. Attendez. Attendre, quoi?
A donde quiera que voy no he salido de ese día. Todos terminan o comienzan hablando de lo mismo. Camino junto a los lugares que casi desaparecieron. Los chez moi de alguien. Y los muertos junto a mis pasos. Otros edificios mucho más deformes aguardan suplicantes que los dejen ir, que les ayuden a volver al polvo.
Por más que hablamos ni siquiera estamos cerca de nombrar lo que pasó. Persistimos desde debajo de las piedras. Sigo escuchando.
Oubliez encore.
Oubliez encore davantage.
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Sobrevivir no se reduce al hecho de no haber muerto. Clama por un esfuerzo interminable por continuar en movimiento a pesar de que el caos se apodera de todo. Va soltando poco a poco a la vida cotidiana, pero no desaparecerá, ni volveré a ser la misma que fui.
En mi auxilio acuden los otros: cercanos y lejanos; mis amores y perfectos desconocidos; la rutina; la razón -niña ante la irrupción mayor-; las palabras; la memoria y Marguerite Duras, de quien tomo algunas frases prestadas, escritas hace ya tiempo en L’homme atlantique, y publicadas apenas unos años antes del primer 19’s, el de mis 26 años.
Es parte de lo inexplicable. ¿Por qué los retazos de un texto sobre el amor, la imagen, el cine, el olvido, el tiempo? Quizás es cierto que no tienen nada que ver, pero fueron las primeras que respondieron el llamado que hizo la cortedad de mis palabras. Emergieron de un sedimento con muchas capas, donde duermen muchas otras.
Sé que todavía hay mucho que decir. Que este oleaje que intenta estabilizar a la tierra y rellenar las fracturas, se irá deteniendo muy lentamente. Probablemente no me alcance la vida para ver cómo se desvanece. Pero su esfuerzo no conseguirá nombrar, por fin, qué fue lo que pasó, porque siempre nos faltará y ahí se aloja nuestra esperanza, por eso la vida continua y vale la pena ser vivida.
Como los extranjeros y los nacionales que nos trajeron sus palabras reconstituyentes del orden, rescatadoras de toda la vibrante vida que persistió, las palabras de Duras y Peter Gabriel se entrelazaron con las mías para tejer una cuerda que me ancla, para poder seguir escuchando.