Menu General
Jean de Beauvais
Dibujos que respiran

 

 
   
 
“El tiempo borra todo, pero él no apaga los ojos
Sean de ópalo o de estrella o de agua clara
Hermosos como en el cielo o en un lapidario
Ellos arderán para nosotros con fuego triste o jubiloso.”
A menudo contemplo el cielo de mi memoria. Marcel Proust
 
Epílogo

¿Dónde mirar cuando hay tanto que ver?

Charles-Albert, Christophe et Jean-Baptiste de Beauvais

     
 

 


 

 


 

 


¿Dónde mirar cuando hay tanto que ver?

Papá dibujó toda su vida. Con lápiz negro la mayor parte del tiempo, a veces en color, y quizás una o dos veces con plumón. Sus dibujos son inmediatamente reconocibles, como el estilo de un escritor. Tenía ese toque que era increíblemente preciso y detallado: “uno debería poder perderse en un buen dibujo”, repetía a menudo.

Para llegar a esa precisión del oficio, donde la técnica desaparece para dejar lugar a la sensibilidad, necesitaba tiempo. Se sentaba en su banco de madera frente a un paisaje, una casa, una montaña, un pueblo y se sumergía durante horas. Un dibujo le podía tomar unas horas o varios días, y una vez terminado no lo retomaba.

Tenía pasión por lo bello, pero por las bellezas sobrias, simples, sensibles; esas las que no destacan, que no se lucen, pero que te invitan a entrar. Le gustaban especialmente las pinturas de los maestros flamencos, holandeses y alemanes, las de los Brueghel, por supuesto, pero también las de Van Eyck, Teniers, Bosch, Memling o Durero, entre muchos más.

Alimentaba sus ojos con libros y revistas de arte, imágenes recortadas aquí y allá. Hacía archivos que, con el paso de los años, dieron origen a lo que llamamos “su gran biblioteca”. Una colección de más de diez mil libros y revistas, el alimento de toda una vida.

No hace falta decir que, en términos de pintura, para nosotros lo sabía todo. Y es igualmente importante decir que no lo mencionaba. Parte de su filosofía radicaba en este equilibrio: conocer sin mostrar, una riqueza interior que no se imponía. Y a veces se burlaba de los que se vanagloriaban de sus pequeños saberes.

Sus dibujos son como su escritura, una sutil mezcla de elegancia y distinción, sensibilidad y sencillez. Sus temas favoritos no eran muchos, pero los exploró a la manera de un viajero o un artesano, que retoman su camino o su obra desde múltiples ángulos, descubriendo cada vez cosas nuevas.

Paisajes de montaña o campo, casas y, por supuesto, la suya propia, en Berry, el hogar de su vida. Pero también interiores donde casi siempre descubriremos puertas, entradas, sucesiones de aberturas. Promesas en abismo –tautologías en sí misma–, posibilidades de laberintos, entrelazamientos que parecen atrapar la mirada tanto del creador como del espectador.

Y luego, cómo no agregar los árboles. Su frondas, sus troncos, pero sobre todo, el follaje donde cada hoja parece dibujada, donde la precisión y profusión de la línea se pierde de vista en una especie de hechizo de multitud: ¿dónde mirar cuando hay tanto que ver?

Y otras veces el deseo de salirse del encuadre, de no abandonarse por completo al rigor del trazo: un pájaro saltando en un rincón, una rama que se expande desde el cuadro, una perspectiva atenuada por matorrales de hierbas, una palabra escondida en el dibujo, su viejo par de zapatos. Elementos de la respiración.

En el fondo, tal vez, estos sean los dibujos de papá, las respiraciones. Las tentativas por revelar a la vez lo que se ve y lo que siente el dibujante, una parte oculta de su intimidad. Estos dibujos no se encuentran con el espectador en la distancia, sino que lo invitan a entrar. A descubrir aquí un sensación, allá una rama, y todos estos pequeños secretos del mundo que desconocemos por falta de atención o pereza de la vista.

Siempre diría: “¡Miren! ¡Miren! ¡Siempre hay tanto para ver!”.


Charles-Albert, Christophe et Jean-Baptiste de Beauvais
[Noviembre, 2021]
   


Jean de Beauvais: dibujos que respiran
Traducción: Ónix Acevedo Frómeta
Exposición: Nepantla, 2021
Museografía: Ónix Acevedo Frómeta