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Mundos de antaño

Christophe de Beauvais

Chroniques Source gallica.bnf.fr / BnF
El incendio

El fuego había tomado el cielo. Los bomberos japoneses estaban en primera línea.

El incendio de las alturas celestes había sorprendido a todo el mundo y la gente se preguntaba sobre el origen de la primera chispa. Contra todo pronóstico, el fuego se había propagado de nube en nube, pasando, sin esfuerzo, de los stratus a los cumulus, ganando siempre en fuerza y en flamas.

La movilización fue desordenada. La gente comenzó a disfrutar del espectáculo, los niños se maravillaron de los colores rojos y anaranjados del cielo, algunos lanzaron sus pelotas que caían calcinadas. Los rostros se pusieron tensos, pasando poco a poco de la sorpresa a la inquietud, llegando, sin mucha esperanza, al límite del pavor.

Felizmente, los bomberos japoneses se sabían preparados. Se ejercitaban desde hacía lustros en las ascensiones sobre tallos de bambú, sin preocuparse para nada de los abucheos de sus colegas chinos. Partir al asalto del cielo era parte de su formación, su consigna “siempre más alto” resonaba ahora como un extraño presagio.

Sus primeros baldes de agua descendieron en vapor, transformando el campo de batalla en una gigantesca sauna. Redoblaron esfuerzos con lanzas de incendio. Inundaron el cielo con la loca esperanza de llenarlo.

Nada funcionó.

Y cuando cayó la noche, rayos titánicos atravesaban las flamas en explosiones de luz y de calor que no se debilitaban.

La solución llegó al alba.

El crecimiento de vapores hizo renacer el rocío en gran cantidad.

Depositándose en finas partículas, el rocío envolvía las nubes en un abrazo húmedo. Afectadas sin duda por esta marca de ternura, las nubes hicieron bajar las temperaturas. Emocionadas al borde de las lágrimas las nubes más jóvenes comenzaron entonces a llover. Llegaron pronto las nubes mayores y los cumulonimbus las acompañaban empezando sollozos gigantescos.

El incendio se apagó en ese diluvio de lágrimas.

No se supo nunca lo que había producido la primera chispa. Algunos comenzaron a dudar que hubiera habido un incendio. “El fuego no puede consumir el cielo” —juzgaban ellos con autoridad.

Los bomberos japoneses tuvieron una sonrisa discreta. Y retomaron sus ejercicios con más fervor.

Christophe de Beauvais, Crónicas minúsculas, Mundos de antaño. El incendio
[Rabat, 2016]
Traducción al castellano de Mariella Villasante Cervello con la colaboración de Guillermo Nelson Peinado

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