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Mundos de antaño

Christophe de Beauvais

Chroniques Source gallica.bnf.fr / BnF
Accidente

Todavía escucho a mi madre salir de la cocina gritando: “Pero ¿qué han hecho niños?”

Sin embargo, era claro, habíamos hecho caer al enano del jardín.

No sé desde cuando había comenzado la pasión del Abuelo por esas esculturas un poco silvestres, que disponía al fondo del parque, al lado del estanque e, incluso, al frente de la entrada. Quizá le parecía divertido. Una colección de presencias que él cuidaba y a las que, a veces, hasta les hablaba.

A nosotros nos parecía horrible y un poco inquietante.

Su pasión se simplificó con la edad, aumentando progresivamente la talla a medida que él se disminuía. En la época de la foto solo se ocupaba de sus enanos. Cada mañana los mimaba y les desempolvaba los pies, retirando las enredaderas. Nos daba la impresión de un sacerdote algo senil concentrado en su devoción. Cuando lo invitábamos como de costumbre a venir a jugar con nosotros, respondía imperturbable: “Miren como son magníficos!”, y retomaba su trabajito de devoto.

Cuando un día, un enorme camión trajo a Gruñón –era el nombre idiota que le había dado–, estaba agitado como un perrito. “¡No! ¡Cuidado!, ¡ahí no, allá no, más lejos, despacito, ya, ahí está bien!” Finalmente, se sentó en su banco para contemplar al recién llegado. Nosotros estábamos a sus pies, impresionados a pesar de todo por la talla del enano de jardín.

La decisión nos llegó ese día, había que salvar al Abuelo.

Fue Gruñón quien tuvo que pagar. Su talla considerable era también su defecto. La gravedad es generalmente una buena chica, pero no soporta la idea de ser desafiada. Casi no tuvimos que empujar. Recuerdo la reacción del Abuelo. Mi hermano mayor me contó después que primero cayó desplomado.

Finalmente, el viejo hombre se había volteado hacia nosotros diciendo: “No es nada grave niños, ahora ¡vamos a jugar!”

Estoy casi seguro que ha inventado el final, pero me quedo con esta versión. Tiene un delicioso perfume de verdad, como todos los cuentos para niños.

Christophe de Beauvais, Crónicas minúsculas, Mundos de antaño. Accidente
[Rabat, 2016]
Traducción al castellano de Mariella Villasante Cervello con la colaboración de Guillermo Nelson Peinado

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