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Mundos de antaño

Christophe de Beauvais

Chroniques Source gallica.bnf.fr / BnF
Accionistas

La asamblea general de accionistas finalmente había estado bien, cada cual había recibido sus dividendos.

Sin embargo, la escena era errónea pues la aparente tranquilidad de las miradas contrastaba con la aspereza de los debates que se habían desarrollado en una atmósfera tensa. La directora de finanzas había presentado una evaluación “justa y equilibrada”, con un volumen de negocios creciente y positivo, pero obstruido por los gastos de los servicios de investigación y desarrollo y por la trayectoria descendente de las acciones de la compañía.

Había concluido su exposición con un tono grave diciendo: “¡Y no es una broma!”.

Encontrábamos ahí la fina flor de la industria, capitanes con larga experiencia, banqueros retorcidos y administradores astutos. Todos perfectamente expertos en el entrenamiento anual, apostando con cuadros de doble entrada, destilando frasecitas cortantes, en tanto otros preferían el pesado silencio de aquellos que se la saben todas.

No eran gente tierna. Algunos de ellos habían hecho cerrar fábricas, licenciando decenas de trabajadores, seccionando en pedazos vastos sectores de producción para poder venderlas nuevamente al mejor postor.

Era inútil intentar apenarlos con sus subordinados. En un gesto de rabia o de despecho podían destruir filas de soldaditos dóciles. Por una razón oscura, estos últimos les eran siempre fieles. Algunos pensaban que era por deseo de sobrevivencia, pero la mayoría pensaba que era por ausencia de alternativas.

Pero esta manera brutal de excluir colecciones enteras de autos de carrera, multitudes de muñecas de cabellos siempre rubios, o montones de animales avasallados a sus caprichos, todo eso hacía de la asamblea de accionistas un grupo poderoso, temido y respetado.

El presidente puso fin a los debates con una voz de falsete: “¡Votemos! ¡Y con la mano levantada!”

La suerte de los conejos estaba sellada, se salvaron algunos, pero la mayoría quedó sobre la mesa. Este año, los peluches fueron las víctimas expiatorias de una selección que ellos no comprendían.

“Felizmente ¡todos los días no son Navidad!” —murmuró un conejo desilusionado.

Christophe de Beauvais, Crónicas minúsculas, Mundos de antaño. Accionistas
[Rabat, 2016]
Traducción al castellano de Mariella Villasante Cervello con la colaboración de Guillermo Nelson Peinado

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