Cuando los miro, veo un alfabeto cósmico, a veces sublunar, a menudo interestelar, y luego las puntas de mis dedos rozan esta lejana materia oscura, inaccesible, enigmática, una sustancia invisible que, desviando la luz de las estrellas, revela en huecos la materia visible (1).
Bernard D. vitrifica los volúmenes, desvitrifica las superficies con obstinación solar, maestro del fuego y de la llama. Modela la transparencia del vidrio como la materia oscura invisible, da forma al resplandor de las estrellas. Revela su claridad cubriéndola con velos cristalinos que reflejan la luz. Bernard cuestiona fronteras, los límites; juega entre el vacío y la plenitud, lo visible y lo invisible, y dicta su trayectoria a los fotones. Entre sus manos la luz, nuestro único vínculo con el cosmos, se convierte en materia y la materia vuelve a ser luz. Las formas breves me recuerdan entonces que en el espacio el vacío jamás está vacío.
En la oscuridad miro este velo cristalino, tembloroso, cautivo en su triángulo de vidrio (2), y veo a Ikaros, la vela solar japonesa, una nave espacial silenciosa que partió un día con dirección a Venus, movida por radiación estelar, inflada por pinceles de luz. Y en lo más profundo de mi noche, luego surgen muy cerca de mí, al alcance del sentido, fragmentos de un universo aún no conquistado.
Estas esculturas de vidrio desafían el tiempo en sus contornos. Nos recuerdan otra cosa, el nacimiento del arte porque Bernard extrae su vocabulario de un universo de formas muy terrenales, formas que siempre lo han perseguido: las primeras, la del hacha y su espolón (3), la de la punta de flecha (4), la rueda dormida (5) esculpidas por el hombre, el que estuvo allí antes de la historia… Con sus formas breves, Bernard esculpe el tiempo, su ausencia así como su eternidad y en el espacio de un instante me siento cerca del uno que, desaparecido hace más de 20 000 años dando forma a su herramienta, se olvidó de ella.
En la oscuridad, miro estas formas breves, y veo lo invisible, veo en la oscuridad. Necesitamos negro para ver. Lo que ellas esconden nos devuelve la vista. Bernard le habla a la tierra como interroga al cielo. Nos lleva en su estela y nos recuerda que todos hemos compartido ese mismo cielo desde que comenzó el mundo, que todos compartimos en herencia el nacimiento de la forma, de la belleza.
En la oscuridad miro esos labios de cristal (6), luego sonrío y me digo que el ojo es un poco el sentido de la noche, y que en la noche nunca somos los mismos. Cuando la miro, yo no soy la misma...