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Mundos de antaño

Christophe de Beauvais

Chroniques Source gallica.bnf.fr / BnF
Pequeño jugador

Por supuesto, mi primo era muy fuerte en el juego de dardos, pero de ahí a fanfarronear por el placer de dárselas de guapo, no era para nada el espíritu de la familia.

Había comenzado su carrera en los bares de Londres. A su madre, que lamentaba lo poco de su ambición en la vida, él le respondía imperturbable: “¡Ya verás, los dardos te llevan a todas partes!”. Pero, aunque esta declaración era formulada en modo extraño no era enteramente falsa.

La guerra le dió la oportunidad de aprovechar esas capacidades inútiles a priori. “Ya que hay que derribar, ¡hagámoslo al menos con estilo!”. Es con ese aforismo que él imaginaba sus dardos explosivos. Comenzó desde abajo, pero consciente de la grandeza de la tarea que lo esperaba, se orientó hacia formas más masivas y aparentemente cada vez menos aprovechables.

Un coronel que seguía sus avances le preguntó un día: “Pero ¿cómo quiere usted marcar puntos con esos dardos?”. “¡Con las dos manos mi coronel! Voy a explicarle.” Y lleno de un entusiasmo infantil, mi primo agarró un dardo de veinte kilos que colocó en su espalda. “Estoy listo. ¡Muéstrenme el objetivo!”. El coronel hizo un gesto vago en dirección de su auto estacionado a treinta metros de allí.

Al tocar el auto hubo como un ruido sordo, como un choque cuya repetición se esperaba inevitablemente y los destrozos que generalmente siguen. Nada de eso sucedió.

El enorme dardo impactó en la puerta del auto –un espléndido bull’s eye para los aficionados– explotó en un hermoso ramo de colores, transformando el auto del coronel en una especie de vehículo con ruedas, con las de adelante sobre el techo y las de atrás al lado del motor. La impresión visual era realzada por un abanico de color verde y fucsia que mi primo había asociado con astucia a la mezcla explosiva.

El conjunto era tan novedoso y tan decorativo que el coronel, molesto un instante por la transformación de su cabriolé, dijo esta espléndida frase: “Con usted ¡la guerra es un arte!”

El procedimiento fue puesto en acción rápidamente y es poco decir que transformó los campos de batalla. Una triste trinchera barrida por el polvo y los tonos grisáceos de las barracas se transformaban en una hermosa construcción multicolor dotada de múltiples puertas en el techo y túneles virados invariablemente hacia el cielo.

Incluso nuestros enemigos nos hacían cumplidos: “Sehr schön! Wunderbar! So hübsch!”. Y copiaron con rapidez este descubrimiento nacional.

El resultado inesperado fue que el conflicto se eternizara mucho, dado que ninguno de los dos campos quería ceder al otro la victoria artística del campo de batalla. Al final se decidió cercar una zona de combate donde los últimos generales enviaban sus tropas para enfrentarse a golpes de dardos explosivos y multicolores.

Mi primo había regresado a su casa desde hacía tiempo, con una aureola de gloria nacional que aprovechó para abrir un bar.

Colocó la foto de aquí arriba detrás del mostrador murmurando suavemente: “Se los había dicho!”.

Christophe de Beauvais, Crónicas minúsculas, Mundos de antaño. Pequeño jugador
[Rabat, 2016]
Traducción al castellano de Mariella Villasante Cervello con la colaboración de Guillermo Nelson Peinado

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